martes, 31 de marzo de 2009

Pies descalzos

Hasta ahora no me explico la falta de atención que algunas personas prestan a diferentes partes de su cuerpo. Hasta los elefantes tiene mayor control sobre el suyo.
Es cierto que puede darnos risa en un momento, pero lo que observé ayer es el colmo de los colmos.

Ocurre que como siempre cada vez que es época de verano, yo viajo a todos lados con ropa ligera, lo cual incluye unas modestas pero frescas sandalias. Era de noche.
Y para viajar de la universidad a mi casa debo tomar un carro que para mi mala suerte a esa hora pasa lleno.
Durante mi viaje de 30 minutos, de todo le ocurrieron a mis pies, mis pobres pies semidescalzos. Un señor que estaba sentado un asiento atrás del que yo estaba, pero parado, dormía durante el viaje, pero por alguna razón sentía una extraña necesidad de mover los pies de manera compulsiva. A veces lo hacía a manera de patadas (supongo que soñando), otras veces pisaba el suelo y hacía el movimiento que hacemos cuando queremos quitar algo pegado de la suela (supongo que le picarían los pies) y hasta incluso llegaba a hacer el movimiento que solemos hacer cuando queremos matar desesperadamente una cucaracha, pisando lo más fuerte que podemos para que si la alcanzamos muera al primer aplastón (supongo que seguía soñando).
Y no es que sepa de todos los movimientos podales del tipo este por observación, sino porque todos los objetivos parecían ir dirigidos hacía mis pies. Mis pies semidesnudos.
Lo peor es que cada vez que le daban esos ataques impulsivos a este señor, terminaba despertándose y al abrir los ojos nuestras miradas se encotraban, la suya somnolienta y supuestamente desorientada y la mía con una expresión de desaprobación y hasta cierto punto de dolor e incomodidad.
Ya harto de todo eso, a pesar de estar un poco lleno el carro, puse los pies en una forma un poco incómoda para que dejaran de ser el blanco de las patadas de este tipo y ocurre que todo fue por gusto ya que la nueva gente que subía igualmente pasaba por el pequeño corredor casi siempre pisándome los pies con una puntualidad e inexorabilidad digna de un control de peaje.
Es un problema este de ir en sandalias a todos lados, porque no es la primera vez que me ocurren este tipo de cosas, ya en otras ocasiones me sucedido que algunos al poner sus pies sobre los míos, ni se fijan en lo que han pisado y los restriegan contra el suelo, algunos parece que creyeran haber encontrado algo y dejan sus patotas encima para que nadie más vea lo que encontraron e incluso una vez una chica me pisó con la punta de los pies y como no era muy doloroso no dije nada hasta que de pronto se le ocurrió pararse de puntas (supongo que para hacer ejercicios de pantorrillas o alcanzar a ver algo) y vaya que dolió. Prácticamente me molió los dedos.
Un problema este el de no decirles nada a las chicas, en fin…
Lo frustrante e inexplicable de todo esto es que estos hechos nunca me ocurren cuando estoy con zapatos. Parece ser que un par de buenos pies al descubierto siempre serán una apetecible motivación para ir y pisarlos tal como ocurre cuando por la avenida algunas personas se encuentran con un pedazo de suelo recién tarrajeado y lo primero que sus primitivos cerebros les impulsa a hacer es dejar su huella estampada en el cemento ya que, al parecer, no se les ocurre otra manera de perennizar sus nombres en algo lo más parecido a la piedra.
¿Cómo sé que con zapatos no me ocurre eso? Bueno, yo creo que de alguna manera sí se sentiría, pero lo principal es porque cuando ayer al llegar a mi casa y ver mis adoloridos pies, estaban llenos de tierra, todos cochinos, con una especie de huella a la altura del empeine (creo que era el logo del zapato pisador) y lo más fregado era una pequeña herida en el dedo meñique. En cambio mis zapatos siempre llegan limpios…

Pero hoy también iré en sandalias a la universidad, no me rendiré!

Hasta la próxima.

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sábado, 21 de marzo de 2009

Reflexión: La onda del celular

Nadie puede negar lo útil que es ahora un celular. Es cierto. Nos ahorra dinero, tiempo, trabajo, riesgos innecesarios, nos "acerca" más y un sinfín de cosas.
Es indudable que otro sería el mundo si no existiera ese invento.
Sin embargo, hay días en que sencillamente les agarro un odio que me hace preguntarme hasta que punto realmente nos acerca.
Nos "acerca" digo, porque sí nos acerca de la personas que tenemos lejos, pero muchas veces nos aleja de las que tenemos al frente.
Primero les cuento lo que me pasó. Luego mi reflexión.

Recuerdo que un día salí con mi viejita a comer algo por ahí. Yo supuse que al mismo tiempo, no sé, conversaríamos de algo que nos interesara a ambos, o quizás me contaría algo de su vida o yo algo de la mía a ella.
Si bien es cierto algo hablamos sobre posibles proyectos que ella estaba pensando realizar. No duró mucho. Y creo que es fácil deducir por qué. Sí, su celular, sonó. Era mi hermana para decirle, quejarse, manifestarle, o lo que sea que quisiera decirle pero que necesitaba decírselo por teléfono porque al parecer no existe tiempo para conversar en casa.
De lo alegre e interesante que prometía ser la reunión se tornó en algo insoportable, algo de lo que quería escapar pronto. De hecho prefería estar solo en mi cuarto trabajando en lo mío que tener a mi madre al frente conversando… por celular.
Hasta ahora me pregunto si me hubiera prestado más atención si es vez de conversarle directamente hubiera marcado su número para hablarle por celular (aun cuando la tengo al frente).

No es la única vez que me ocurre algo así tanto con familiares como con amigos. De hecho cuando yo voy a conversar con alguien importante para mí, por lo general hago una de dos cosas: si es muy, pero muy importante esa persona, apago el celular porque no quiero ser interrumpido o en todo caso lo pongo en silencio y para decidir si contesto o no. Sí la conversación no es tan importante y recibo una llamada, contesto lo más rápido que puedo y continúo el hilo de mi conversación.
Y actúo así porque sencillamente sé lo que se siente ser desplazado por una conversación electrónica en la que muchas veces el desenlace es la postergación (y casi siempre olvido) del tema del que se hablaba.
Desde mi punto de vista, una forma de demostrar a la otra persona que realmente te importa lo que le estás diciendo no sólo radica en prestar atención a lo que te dice, sino también es darle el grado de importancia que se merezca. Si un día te encuentras conversando con alguien y de repente llega una llamada, contestas y al final de la conversación te llegas a percatar de que la conversación por teléfono duró más que la personal, entonces hay algo que debes solucionar y pronto, salvo que esa persona no sea realmente importante para ti, porque si eso es lo que ocurre, entonces, mi sugerencia es no propicies conversaciones personales a menos que estés dispuesto a ignorar por un momento (el de la conversación) lo que otros, casuales entrometidos, tengan que decirte. Y al mismo tiempo, demuestras un poco de respeto por la otra persona.
Critica mi juicio o no lo hagas, sólo tú sabes cómo actúas cuando en medio de una conversación personal llega la señal a tu celular y lo hace timbrar…

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jueves, 19 de marzo de 2009

Los perros sí sueñan, aquí la prueba

Una de las mejores pruebas de que los perros también sueñan es sólo verlos.
A veces incluso parece que estuvieran despiertos por que ladran, gimen, gruñen y cosas así. Uno ya ni sabe si "pasarles la voz" o no. Pero aún así a veces es divertido ver lo que hacen.
Sin embargo, hay perritos que a veces ya se exceden. Prácticamente se pelean en sueños, corren dormidos y llegan al punto de hacer cosas como la que hace este perrito mientras duerme.
Ahí les dejo los videos para que lo disfruten.







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